Carlos Chávez: el artista, el político, el pensador
Por: Isaac Torres Tlaxcalteca*
Cada 15 de enero en México se celebra el Día del Compositor para recordar cuando fue fundada la Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM) en 1945. Desde entonces la sociedad de gestión colectiva de interés público protege los derechos y difunde la obra de más de 30,000 socios nacionales y extranjeros. En particular nos llamó la atención la ausencia de Carlos Chávez en el directorio de biografías de dicha página web, por lo que decidimos dedicar este espacio a honrar su memoria.
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Carlos Chávez es una de las figuras insoslayables para comprender el curso de las artes en México durante la primera mitad del siglo XX. Fue el director de una generación de compositores, nacionalistas y modernos, quienes realizaron obras que actualmente, quizá sin saber su nombre o el de su autor, están presentes en el recuerdo auditivo de todos los mexicanos, como el Huapango de José Pablo Moncayo o el Son de la Negra de Blas Galindo.
Carlos Chavez. Retrato.
El nombre de Chávez está enlazado a instituciones emblemáticas como la Orquesta Sinfónica Nacional, la cual consolidó en 1928, y el Instituto Nacional de Bellas Artes, del cual fue su primer director. No sólo fue un músico sino también un político que consideró fundamental que las artes fueran una preocupación de Estado, pues estimaba que la música era un elemento crucial para la educación de una sociedad que debía hallarse en sí misma, o sea, nacionalmente, y la música -consideraba él- era uno de los elementos fundamentales para la conformación de una cultura.
Chávez fue un hijo de su tiempo, no sólo porque prácticamente nació con el siglo, en 1899, sino porque su pensamiento siguió la lógica de su época, pues como artista se alimentó de las vanguardias que estaban ocurriendo del otro lado del globo, específicamente de Schönberg, Stravinsky, Satie, Poulenc y Varèse, cuyas obras fueron presentadas por él en México después de retornar de sus viajes por Europa y Nueva York realizados a lo largo de la década de 1920 [1].
Chávez hizo del lenguaje estético de vanguardia, sumando a las sonoridades indígenas, la vía de comunicación para transmitir su espíritu nacionalista, el cual era el resultado de su evidente adopción de las ideas que estaban aconteciendo entre intelectuales y artistas preocupados por descubrir cuál era la esencia de México, un país que recientemente había sido atravesado por una revolución, tales como Antonio Caso, Samuel Ramos, Pedro Henríquez Ureña, y posteriormente Leopoldo Zea y Octavio Paz.
Precisamente fue Paz quien describió a Chávez como un político que sirvió al arte antes que servir a una ideología aunque, hay que comentarlo, Chávez fue un definido hombre de izquierda, pero plural y universal en su arte -y esto es a lo que Paz se refería-, hecho que incluso lo llevó a enfrentarse a los dogmáticos de la estética nacionalista. En este mismo sentido, Rufino Tamayo lo dibujó como un compañero de lucha por la libertad de las formas del arte, lo cual es perfectamente entendible si se considera que el pintor oaxaqueño encaró a los muralistas, defendiendo un lenguaje de vanguardia que fuera más allá de las temáticas del realismo socialista [2].
Con relación a lo anterior se debe considerar que Chávez compartía las ideas de Diego Rivera y otros representantes del nacionalismo cultural respecto a las preocupaciones por la educación de las masas mediante el arte; sin embargo, su obra siguió las líneas de un internacionalismo, de modo que podemos imaginar que, probablemente, si Chávez hubiera sido un pintor su obra hubiera sido de forma abstracta, pero de espíritu nacionalista [3].
Sobre su obra, Robert Parker escribe que la música de Chávez tiene cuatro influencias esenciales: a) indígenas, b) mexicanas, c) tradición europea, y d) experimentales [4], las cuales pasaron a formar parte de los motivos sonoros del artista, resultado de sus convicciones ideológicas, viajes y experiencias intelectuales.
Por ejemplo, su relación con la música indígena fue durante su infancia, etapa en la que visitaba constantemente Tlaxcala, donde escuchaba cercanamente las celebraciones de los pueblos originarios.
Aunque en 1922 viajó a París, donde se entrevistó con Paul Dukas, quien le sugirió que utilizara elementos de la música popular mexicana en sus composiciones, fue durante sus dos estancias en Nueva York (1923-1924, 1926-1928) que se consolidó como un artista moderno, resultado de sus relaciones con Henry Cowell y Edgar Varèse, quienes le influenciaron en el avant-garde.
El resultado de la formación de Chávez fue una gama amplia de sonoridad que iba desde los motivos indígenas hasta las disonancias de vanguardia; de la Sinfonía India (1936) con elementos autóctonos de México, a la Sinfonía Antígona (1933) de características modales; de Los cuatro soles (1925), inspirada en la historia precolombina, a sus composiciones experimentales como Soli I (1933) y Soli II (1961) [5].
En estas líneas más que proponer una semblanza de claridades se pretendió trazar un esquema de dudas que generen en el lector múltiples preguntas, por ejemplo ¿cuál es la historia de las relaciones de Chávez que le permitieron ser director y cofundador del INBA?, ¿cuáles fueron las diferencias sustanciales entre él y los dogmáticos de los que habla Tamayo?, ¿cómo comprender la conexión entre forma e ideología? Podrían ser muchas las preguntas, pero la única claridad es que para entender la relación entre las artes, la sociedad y la política durante el siglo XX la figura de Chávez debe conocerse.
Referencias
[1] Octavio Paz, Generaciones y semblanzas. Escritores y letras de México, Vol. II, Madrid, FCE, 1998, pp. 625-629.
[2] Rufino Tamayo, Textos de Rufino Tamayo. Editado por Raquel Tibol, México, UNAM, 1987, pp. 117.
[3] Carlos Chávez, Escritos periodísticos (1916-1939). Editado por Gloria Carmona. Vol. Obras I, México, El Colegio Nacional, 1997, pp. 15.
[4] Robert Parker, Trece panoramas en torno a Carlos Chávez, México, CONACULTA, 2009.
[5] Op. Cit. pp. 15.
* Estudiante del 8 semestre de la Licenciatura en Historia y Becario del CEVIDI