Logo Macay
logo La ruptura

José Luis Ibáñez y La Ruptura

La Ruptura Hoy   -   Addy CP   -   18/02/2019

Escribo estas líneas en el cumpleaños número 86 de José Luis Ibañez, célebre director de teatro y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM) a quien dedico la siguiente publicación. Recuerdo que en la entrevista publicada en 2009 tomó distancia del término Ruptura porque según explicó no se trataba de su caso ya que ha a pesar de haber colaborado con muchos grupos no formó parte de ninguno [1]. De esas colaboraciones recupero dos momentos de su biografía ya que me parecen esenciales para el entendimiento de nuestro objeto de estudio. 


Fotografía 1. José Luis Ibáñez por Barry Domínguez


EN EL INICIO FUE EL TEATRO

José Luis González Ibáñez nació en Orizaba, Veracruz el 18 de febrero de 1933 y desde 1946 vive en la ciudad de México. Corría el año de 1953 cuando comenzaron en México las actividades del cineclub de la IFAL gracias a las cuales pudo ver películas desde los orígenes del cine hasta las más recientes en el medio siglo en que se encontraba. Por esa época se dirigía a Ciudad Universitaria para continuar sus estudios de contabilidad. Sin embargo, en lugar de llegar a la Facultad de Comercio y Administración se encontró con la Facultad de Filosofía y Letras, donde se convirtió en alumno de la primera generación de la carrera de Literatura Dramática y Teatro. Ese mismo año, en 1954, y tras apenas haber transcurrido seis meses de la carrera comenzó por encargo de su profesor Enrique Ruelas a impartir en preparatorias la clase “Actividades estéticas”. Ibáñez inició su carrera teatral en 1955 con la obra de Moliere “Tartufo”, la cual por cierto contaba con escenografía de Fernando García Ponce y el trabajo del grupo estudiantil de Filosofía y Letras. El Director recuerda su debut de la siguiente manera [2]: 

“Tuve un buen contacto con un profesor que me dijo: ‘hay una obra que no voy a poder dirigir y la vas a dirigir tú, con un grupo de los estudiantes de aquí”. ¡Y era el Tartufo de Moliere! Y claro, la monté como su estuviera jugando a la gallina ciega, en un atarantamiento muy tremendo, entre buenas y malas intuiciones, pero sobreviví. Me ayudó a sentirme director”.

Más adelante, en la entrevista anteriormente citada, Ibáñez confiesa que tras un viaje infructuoso a Nueva York tuvo un encuentro numinoso en México con el grupo de Poesía en Voz Alta. Se trataba de una reunión en el teatro conocido como El Caballito, la cual fue convocada en el sitio donde estaba solicitando trabajo: la Dirección de Difusión Cultural de la UNAM. Ahí conoció a Octavio Paz, a Leonora Carrington y a Héctor Mendoza.


Fotografía 2. Poesía en Voz Alta en 1956. Rosenda Monteros, Leonora Carrington, María Luisa Elio, Octavio Paz y Tara Parra.


Poesía en Voz Alta surgió de una propuesta que hizo Juan José Arreola a Jaime García Terrés para renovar los recitales a través del diseño de vestuario, la luz y el espacio. Ibáñez se integró a este grupo de escritores, pintores, directores y actores cuya intención era tanto la puesta en escena del teatro de vanguardia como la del rescate de la tradición hispánica. Empezó como ayudante escénico y más adelante relevaría a Héctor Mendoza en el puesto de director del quinto programa de Poesía en Voz Alta con la obra “Asesinato en la catedral” de T.S. Elliot. 

En julio de 1959, tras un tiempo de realizar su trabajo escénico en terrenos universitarios montó por primera vez en el país “Las criadas” de Genet como parte del sexto programa. La obra contó con escenografía de Juan Soriano, asistencia en la dirección de Nancy Cárdenas y la participación de Rita Macedo, Isabela Corona y Meche Pascual en los papeles de Clara, Soledad y La Señora, respectivamente. Ibáñez también participó en el octavo y último programa, verificado en 1963, donde dirigió “La moza del cántaro” de Lope de Vega. El mérito de esta primera etapa de Poesía en Voz Alta según comenta David Olguin [3] se encuentra en que “significaron un reconocimiento a la tradición y a la vez una ruptura. Fue puntilloso el respeto al texto, en su integridad, y a la pronunciación, pero en el manejo de la escena se dio un salto hacia una colaboración interdisciplinaria de música, dirección de escena, texto, con movimiento corporal, en el ejercicio de una audaz aproximación al juego, asimilación de los recursos del music hall y del teatro europeo en boga”. 


IBÁÑEZ Y EL CINE EXPERIMENTAL

El hecho que en aquel entonces la comunidad artística colaborada mucho entre sí fue el caldo de cultivo para su debut en el cine. En 1965 Ibáñez dirigió “Las dos Elenas”, una de las cinco cintas de medio y corto metraje producidas por Manuel Barbachano Ponce que se encuentran reunidas bajo el título común de “Amor amor amor”. 


Cuatro de estos cortos fueron realizados por directores de teatro: 

  • Juan José Gurrola dirigió “Tajimara”, sobre un cuento de Juan García Ponce. En el filme el reencuentro entre Cecilia y Roberto se ve ensombrecido por el recuerdo de un pasado más inocente y por la presencia de Guillermo, un antiguo amor de Cecilia. La importancia de esta relación pasa a un segundo plano cuando Roberto devela la callada pasión que existe entre su amigo Carlos y Julia, la hermana de éste.
  • Juan Ibáñez por su parte dirigió “Un alma pura” sobre un cuento de Carlos Fuentes. Esta parte del díptico que más adelante se denominaría “Los bienamados” retoma el tema del amor prohibido entre dos hermanos, Claudia y Juan Luis, quienes han puesto tierra de por medio a su pasión, tratando de evitar un trágico destino.
  • Héctor Mendoza dirigió “La sunamita”, sobre un cuento de Inés Arredondo. La historia inicia cuando Luisa se entera de que su viejo tío Polo está agonizando, por lo cual decide regresar a su pueblo natal. Para hacer a Luisa heredera de sus bienes, el anciano propone casarse con ella inmediatamente. La boda se celebra con el novio en su lecho. Pasados unos días, Polo se reanima, exige atención de su ahora esposa y la fuerza a acostarse con él. Pero, al fin y al cabo, Polo muere mientras Luisa, poniéndose las joyas que él le ha dejado, se siente perturbada por miradas que la hacen sentirse envilecida.
  • José Luis Ibáñez dirigió “Las dos Elenas”, sobre una historia de Carlos Fuentes. En ella la protagonista presume de llevar con su marido Víctor una vida contraria a las convenciones morales. La otra Elena, madre de la joven casada, recuerda en cambio que en su juventud se ajustó del todo a lo que se tiene por decente. Sin embargo, mientras que la actitud de la hija no pasa de ser pura fanfarronería, la madre se acuesta con su yerno Víctor.

El quinto filme, “Lola de mi vida”, sobre un cuento de Carlos A. Fernández y Juan de la Cabada fue dirigido por Miguel Barbachano Ponce. En ella se narra la vida de Lola de Coroneo, nativa de Guanajuato, quien llega a la capital acompañada por el mujeriego tamalero Celso. La pareja llega a la casa donde el ama de llaves Eufrosina funge como sirvienta para una rica patrona que se hace llamar madame. Celso y Lola se hacen novios e incluso él habla de boda, pero ella no quiere entregársele. Todo se complica cuando la protagonista huye de casa tras haber sido seducida por otra criada. Vaga por las calles y es recogida por un tipo que promete llevarla a Coroneo, pero éste intenta poseerla mientras Celso la busca en vano.

La importancia de “Amor amor amor” se encuentra en los rompimientos que hizo con las temáticas y las formas de hacer el cine en México. La autonomía estética de los cinco directores les permitió, además, ganar el tercer lugar en el I Concurso de Cine Experimental de Largometraje, el cual fue convocado por la sección de Técnicos y Manuales de la STCP a partir de una serie de descontentos frente al cine mexicano. La carrera cinematográfica de Ibáñez continuó en 1972 con “Victoria” y en 1973 con “Las cautivas”. Además, ha dirigido diversos programas para TVUNAM (1964-1967) y para Televisa: Las suegras (1976). Respecto a esta faceta Ibáñez comenta [4]:

“Todo lo que he hecho en el cine es un experimento novedoso primero, y luego un gran riesgo profesional. Sin embargo, mi lugar estaba en el teatro, yo escogí no aprender más de cine, aunque la oportunidad estaba ahí. Decidí dedicarme al teatro”.  

Referencias

[1] Teresa del Conde [Coord.], Derroteros. Manuel Felguérez, México, CONACULTA. 

[2] Gustavo Geirola, Arte y oficio del director teatral en América Latina: México y Perú, Buenos Aires, Editorial Argus-a, 2015. 

[3] David Olguin, Un siglo de teatro en México, México, Fondo de Cultura Económica, 2017.

[4] Entrevista para Escritores de cine mexicano sonoro, octubre de 2001. En Red Teatral.net.