Logo Macay
logo La ruptura

La pasión según Juan Vicente Melo

Nacido en Veracruz el 1 de marzo de1932, Juan Vicente Melo se convirtió en uno de los centros esenciales dentro de la vida cultural mexicana de la segunda mitad del siglo XX. Una vida que, según explicó en su autobiografía aún no comenzaba en 1966 dado que “el arte era la única y posible forma de manifestar su existencia” [1]. De modo unísono a sus congéneres Melo confía en su ensayo que a sus treinta y cuatro años sentía desazón al escribir su historia como escritor ya que para apenas iniciaba su carrera literaria. Al (re)leer las páginas de esta obra recordé una de sus piezas predilectas: La pasión según San Mateo de Bach, una de las más grandes obras religiosas de la historia de la música. Melo podía pasar horas enteras escuchándola y no es para menos, ya que se trata de una pieza de elevada creación poética en la que texto y música revelan una relación fiel al relato evangélico. Aunque han pasado cerca de tres siglos de su primera interpretación, la cual fue dirigida por Bach en el funeral del príncipe Leopold de Anhalt-Cöthen, la cantata ha salido del desinterés de su época a la valoración como una obra memorable. Mientras continúo escuchando la pieza encuentro una fotografía de Juan Vicente Melo en la cual sonríe hasta que sus ojos se pierden en una línea horizontal. Casi puedo imaginarlo ahora descansando dulcemente en una realidad en la que reposa su consciencia. Dedico las siguientes líneas a honrar su memoria en los días previos a su aniversario luctuoso.


La infancia de Juan Vicente Melo transcurrió en Veracruz, donde creció en un ambiente rodeado de música. Un caldo de cultivo que le llevó a publicar en 1947 sus primeras críticas que corresponden a los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Xalapa dirigida por José Yves Limantour.Su padre, el Dr. Juan Vicente Melo, fundó la Asociación Veracruzana de Conciertos.

Hijo, nieto, biznieto y hermano de médicos se sintió influido por las fuerzas atávicas para continuar la tradición familiar, por lo que estudió la carrera de Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su excepcional trayectoria como estudiante y su tesis le permitieron convertirse en becario del Gobierno Francés para estudiar en 1956 la especialidad en Dermatología en el Hospital Saint Louis en París. Durante dicha estancia parisina conoció a Camus, a Céline y se familiarizó con la literatura francesa contemporánea.

En 1959 regresó a México y comenzó a ejercer como dermatólogo en Veracruz. Durante año y medio dirigió, además, un suplemento cultural y colaboró con José Emilio Pacheco hasta que un día decidió seguir su pasión por el mundo literario. De su generación hemos hablado en una anterior publicación, pero me parece prudente resaltar el papel que Juan Vicente Melo concede a la crítica y la actitud hacia la literatura, las otras artes y los demás autores [2]:

“Estimo que la crítica en sí misma, como una de las bellas artes, debe provocar el milagro de cambiar la vida (…) para mí tiene tanta importancia como la creación de una obra (…) Debe existir un nivel artístico y dignidad en estas actividades”.

Cada uno de los miembros de esta pléyade de creadores asumía su trabajo de una manera en particular. En su caso dejaría constancia de la vida musical en la ciudad de México de 1950 y 1960, como reseñista de México en la cultura, La cultura en México, Revista de la Universidad,Revista de Bellas Artes y Revista Mexicana de Literatura.


En el periodo 1962-1967 Melo se convirtió en director de la Casa del Lago y amplió todavía más su labor como crítico musical, una designación que le ofreció Fernando Benítez después de publicar su artículo sobre Silvestre Revueltas. Al respecto José de la Colina evoca en Personerío del siglo XX mexicano (2005) las letras de algunas de las canciones previas a su catalogación como generación, cuando trabajan en el décimo piso de la Torre de la Rectoría de la Ciudad Universitaria [3]:

Juan Vicente Melo,

escribe mejor,

Juan Vicente Melo,

O no escribas más.

¡Juan Vicente!

En su obra publicada se encuentran dos novelas [La obediencia nocturna (1969) y La Rueca de Onfalia (1996)], cuatro libros de cuentos [La noche alucinada(1956), Los muros enemigos (1962), Fin de semana (1964), El agua cae en otra fuente (1985)], la anteriormente citada autobiografía y al menos dos compilaciones de sus ensayos [Notas sin música (1990) y La vida verdadera (2013)].

Afirma Geney Beltrán Félix [4] que, aunque el nombre de Juan Vicente Melo continúa destacando dentro de la Generación de la Casa del Lago su obra individual continúa invisible y escurridiza de las editoriales y librerías. Ante lo cual, el crítico literario se pregunta ¿qué ha pasado con esa rara avis en las letras mexicanas? Y, se responde más adelante:

“De entre los autores ya fallecidos de la Generación de la Casa del Lago, Melo es el que ha tenido la peor posteridad. Algo casi cercano al olvido. ¿Qué hay en su obra que le haga merecer esta ventura?”

Aunque el regreso a su natal Veracruz le colmó de homenajes y desde los últimos años la Universidad Veracruzana se ha preocupado por reditar sus obras, es notable la ausencia de este clásico secreto en los programas de estudio. Ni que decir del estudio de su faceta como crítico de música, la cual nos veremos en la necesidad de abordar en una publicación posterior. Cierro esta con una imagen que no había caído en cuenta que se trataba de la última reunión con sus cogeneres en la ciudad de México. Le había llevado José de la Colina porque en unos días más cumpliría 64 años y “el festejado debía estar presente no solo en espíritu, sinoa demás en carne y hueso, si algo de las tres cosas le quedaba” [5]. Ese día, con los ojos entrecerrados con un comienzo de lágrimas, le confío a Pepet, uno de sus papacitos, que ya les había leído el pensamiento y que se equivocaban porque continuaba escribiendo porque ignoraba su mañana.


Al concluir esta publicación me fijo en el reloj y cobro consciencia de que también me encuentro casi de manera numinosa en el coro final de La pasión según San Mateo, el cual me resulta reconfortante:

Con lágrimas nos sentamos

y en tu tumba te decimos:

¡Reposa tranquilo, reposa!

¡Reposad, miembros exangües!

Vuestra tumba y lápida

serán para el espíritu angustiado

una cómoda almohada

y del alma el lugar de reposo.


Referencias

[1] Juan Vicente Melo, Juan Vicente Melo, México, Empresas Editoriales, 1966.

[2] Roberto García Bonilla, Visiones sonoras.Entrevistas con compositores, solistas y directores, México, Siglo XXI y CONACULTA, 2001.

[3] José de la Colina, Personerío del siglo XX mexicano, México, Universidad Veracruzana, 2005.

[4] Geney Beltrán Félix, Asombro y desaliento. Algunos cuentistas mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica, 2017.

[5] Op. Cit. José de la Colina.