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CARTAS, ¿ABSURDAS?

¿Cuándo fue la última vez que recibiste una carta? No, por supuesto que no me refiero a la correspondencia bancaria o de las cuentas pendientes por pagar. Hablo de aquella tradición que se ha ido perdiendo en un mundo saturado de pantallas, las cuales nos ofrecen la inmediatez de una respuesta y reducen nuestra incertidumbre por saberla. En el CEVIDI contamos con varios materiales que se valen de este recurso para reconstruir, por ejemplo, la relación que guardaban escritores como Tomás Segovia con Octavio Paz o para dar cuenta de galerías como la operada por Juan Martín. Por su parte, artistas como José Luis Cuevas solían mantener correspondencia con amigos e ilustraban sus escritos, lo que otorga un valor añadido a esta rica fuente de documentación. 


Pensando en estos materiales, revisé el acervo del CEVIDI y caí en cuenta de que contamos con al menos medio centenar de materiales que utilizan de manera total o parcial este medio para lograr su cometido editorial. Sin embargo, también he de confesar una notable ausencia, que espero subsanemos a la brevedad. Me refiero a “Cartas absurdas. Correspondencia entre Teresa del Conde y Jorge Alberto Manrique”, un título publicado en 1993 bajo el sello editorial de Grupo Azabache y que de alguna manera referí en mi intervención en el Coloquio CEVIDI 2018 para (re)construir el perfil de una crítica e historiadora de arte de suma importancia para La Ruptura. 

Sobre la obra de todos ellos, los integrantes de La Ruptura, escribió junto con Jorge Alberto Manrique. Ambos compartieron el gusto por escribir y coincidieron en la academia y en cargos públicos y medios de comunicación como La Jornada. Sus escritos en estas tres diferentes esferas transitaban del rigor, estructura y conciencia del ensayo a una escritura de divulgación del arte mexicano e internacional más suelta, tranquila y sin limitaciones.


Teresa del Conde y Jorge Alberto Manrique eran muy asiduos a la lectura de memorias y correspondencias. Dicha afición los llevó a concebir una dinámica epistolar que posteriormente sería publicada como una especie de memoria involuntaria, no solo de las vidas de los historiadores, sino del panorama artístico mexicano en un tiempo específico: de enero de 1989 a abril de 1992. Ambos asumieron una postura cultural de resistencia, que Manrique explica de la siguiente manera:

Es una escritura suelta, tranquila, en ese sentido (si bien en ocasiones tensa), donde vamos soltando ideas, noticias, comentarios y ocurrencias sobre los temas comunes, como historia del arte o crítica de arte, sobre artistas y situaciones, política cultural o cosas más personales como experiencias de viajes o experiencias diversas vividas. Sin limitaciones y sin obligaciones hacia ningún tipo en especial, académico o no. 



Recordemos que, un año antes, en 1988, Manrique renunció de manera forzada a la dirección del MAM y dejó un vacío que les hizo reflexionar en la obligación legal del estado de preservar el patrimonio, promover y difundir la cultura y el arte. Independientemente de lo planteado por Sylvia Navarrete en Milenio, sobre los perfiles de los posibles candidatos, me parece importante resaltar que ambos críticos aluden a problemas estructurales en el sistema artístico mexicano, los cuales también abordaron innumerables veces en sus columnas de La Jornada.  

Teresa del Conde no creía factible trabajar en historia del arte sin estar comprometida con el campo artístico, de ahí que expresara su inquietud de la siguiente manera:

Lo que distingue a los creadores de los no creadores no es la academia, sino el talento y desde luego el conocimiento. Lo que no veo por ningún lado aquí en México es un verdadero pensador, un filósofo de primera, a excepción tal vez de don Edmundo O’Gorman y es por ello que me acerco a él, sólo por el gusto de oírlo pensar en voz alta. 

La labor docente de Teresa del Conde inició en 1975, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Durante tres décadas fue la formadora de académicos que hoy ocupan puestos importantes en materia de arte y cultura. Para quienes no tuvimos la oportunidad de ser sus alumnos, por fortuna contamos con “Textos dispares: ensayos sobre el arte mexicano del siglo XX (2014)”, una compilación de veintiún de sus escritos de 1981 a 2011.Se tratan de auténticas lecciones de Historia dictadas por una de las pocas voces autorizadas en materia de crítica de arte que, además de establecer relaciones entre las obras de un creador y una corriente, las cuestionó en su contexto.


Teresa del Conde y Jorge Alberto Manrique fueron académicos que realizaron su actividad especializada en la máxima casa de estudios y en los principales medios de comunicación del país. La crítica del arte contemporáneo los puso en la mira en numerosas ocasiones, como lo expresa Manrique:

En México callamos mucho las cosas. No nos atrevemos a decirlas públicamente (no me cuesta trabajo decir que usted es una relativa excepción); y se genera por reflejo una hipersensibilidad a cualquier crítica (…) alguien tiene que decir las graves deficiencias de la exposición; no es posible que se acepte así nada más, no es sano; yo, que sé esas deficiencias y que tengo acceso en espacios de prensa, puedo hacerlo; no tengo por qué eludir esa responsabilidad dejando a otro hipotético crítico que lo haga, porque además es casi seguro que no lo hará nadie más.

Conforme fui continuando mi lectura entiendo que lo único que tienen de absurdo dichas cartas son dos cosas. Primero, como se explica al principio de la obra, ambos corresponsales tenían domicilios cercanos, por lo que se pudieron valer de otros mecanismos para confrontar sus ideas. Y el más desconcertante, a mi parecer, es que, aunque han pasado treinta años de que fueron escritas, continúan vigentes varias polémicas del sistema artístico mexicano expresadas en ellas.