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Rufino Tamayo, un mexicano sin miedo al vacío

La Ruptura Hoy   -   Addy CP   -   25/06/2018

"Soy muy mexicano, no tiene remedio. En donde he estado lo que me alimenta es México" - RufinoTamayo

¿Recuerdas aquel libro incómodo que no cabía en tu mochila en la primaria? Sí, aquel que te enseñó en cuarto año los fundamentos del medio físico y socioeconómico en el que llevabas inserto menos de una década. Ese mismo que acompañaba el profusamente ilustrado libro de Geografía ostentaba en su portada una obra de Rufino Tamayo en la que un hombre levanta los brazos hacia la luna, un cuerpo celeste muy significativo para los mexicanos por la relación que guarda con el nombre de nuestra nación [1]. Precisamente la relación entre la mexicanidad y la modernidad se convertiría en leitmotiv de una trayectoria artística que duró más de 60 años y que además de un legado de 1,300 óleos, 465 obras gráficas, 350 dibujos, 20 murales y un vitral compartió (y continúa compartiendo) con los mexicanos becas, colecciones y dos museos que llevan su nombre.

El considerado decano de la generación de la Ruptura [2] fue uno de los primeros que rehusó a seguir aquella frase que lapidaría el curso de la escuela mexicana de pintura y el muralismo. Tamayo exploró casi todas las disciplinas y desarrolló junto con Lea Remba la mixografía, una técnica que consiste en una impresión sobre papel a la que se le añade textura y profundidad. Su propuesta artística, de acuerdo con Ana Torres [3], corresponde no sólo a una interpretación estética del arte indígena, sino también a una reflexión sobre la identidad cultural del mexicano. Aunque hoy es considerado como un mexicano universal que forma parte de la memoria colectiva de su pueblo su camino al reconocimiento internacional no fue del todo fácil.

Rufino del Carmen Arellanes Tamayo (Oaxaca 25/08/1899 – Ciudad de México 24/06/1991) nació en medio de la cultura zapoteca, en el barrio Carmen Alto ubicado en el centro de la ciudad de Oaxaca. Vivió su primera infancia en la vecindad de Cosijopí, conocida como la Casa de las Columnas.


Después del abandono de su padre, Manuel Ygnacio de Jesús Arellanes, y al fallecer su madre, Florentina Tamayo, de tuberculosis pulmonar en 1907 quedó bajo el cuidado de su tía Amalia, quien lo llevó a vivir a su casa en el Barrio de San Francisco. Después, Amalia abandonó sus estudios de profesora y se mudarían al entonces Distrito Federal. De esa época Tamayo recuerda [4]:

“De niño fui muy religioso. Cambié al llegar a la Ciudad de México, que me pareció inmensa, formidable. Dejé la religión, creí olvidar la música y me di cuenta de que tenía capacidad para el dibujo (…) Si vuelvo la mirada hacia esa época de mi vida tengo que aceptar que mi niñez de huérfano fue difícil y triste. Mi realidad me desagradaba. Quizás por un impulso romántico, mi sueño era ser médico cirujano”.

La familia abrió un puesto de frutas en el mercado de la Merced y cuando Rufino concluyó su primaria fue inscrito para continuar sus estudios en contabilidad con el objeto de ayudarles. Sin embargo, el joven Rufino abandonó las clases para ser oyente en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de Bellas Artes,donde se inscribiría de manera formal en 1917 y abandonaría esta enseñanza formal al año siguiente.


Tamayo estaba en contra de toda forma de academia porque él pensaba que la técnica era un asunto personal que cada artista debería descubrir. Teoría personal que sintetizó en los siguientes principios [5]:

  • Partir de la idea de que la pintura es un vehículo propio, personal, de expresión, independientemente de que sea buena o mala.
  • Trabajar con humildad, es decir, tener el orgullo de soportar el aislamiento, el silencio, la soledad, y sobre todo la dureza del trabajo y las privaciones.
  • Pintar no para vivir, sino porque se tiene necesidad de hacerlo.

  • No tener prisa.
  • Ser ciego para los obstáculos que colocan en el camino la envidia y la rivalidad.

  • Preguntarse de una vez por todas ¿qué es la pintura? Y estar seguros de la respuesta. Cuando se tiene ya no existen problemas ni peligro de seguir por caminos torcidos. Anteponer los problemas plásticos a todos los demás.

En 1921 se convirtió en jefe del Departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología. Más adelante, en 1926, presentó su primera exposición de pinturas y debido al éxito se trasladó a Nueva York para exponer sus obras en el Art Center en 1927. A su regreso a México, en 1929, fue profesor en la Escuela de Bellas Artes. En 1932 estuvo al frente del Departamento de Artes Plásticas de la Secretaría de Educación Pública. Al año siguiente realizó su primer mural “El canto y la música”, un encargo del Conservatorio Nacional de México. En 1934 se casó con Olga Flores Zárate, con quien permanecería hasta el último de sus días. En 1938 se convirtió en profesor de la Dalton School of Art en Nueva York, donde residió por casi dos décadas y se vería influido por creadores como Picasso, Matisse y Braque. Desde entonces se perfiló a la búsqueda del color y la composición estética del cuadro sin tener la necesidad de abandonar el pensamiento y el ambiente mexicano.

A principios de los años cincuenta viajó a Europa, travesía que coincidió con la instalación de la sala Tamayo en la XV Bienal de Venecia. Este acontecimiento marcó su consolidación internacional ya que además de llamar la atención de la crítica extranjera le siguieron numerosos premios y reconocimientos. Destaca, además, su participación durante la inauguración de la Galería Proteo, en 1954, con una exposición individual que abanderó a varios de los integrantes de la Generación de la Ruptura, entre los que se encuentran Enrique Echeverría, José Luis Cuevas, Vicente Rojo y Vlady.

El 29 de mayo de 1981 se inauguró el Museo que lleva su nombre a partir de su obra y su colección personal de arte moderno y contemporáneo. Cinco años más tarde la administración quedaría a cargo del Instituto Nacional de Bellas Artes. En 1989 Olga y Rufino Tamayo crearon una fundación para apoyar la operación del Museo que tiene como visión consolidarse como una de las instituciones más importantes a nivel nacional e internacional para la presentación y revisión crítica del arte de los últimos 50 años.

Referencias

[1] La palabra México proviene de tres voces del náhuatl, a saber: metztli (luna), xictli (centro, ombligo) y co (lugar). Para más referencias celestes en la obra de Rufino Tamayo, ver la columna El Macay en la cultura de esta semana.

[2] Luis Cardoza y Aragón, Rufino Tamayo, un nuevo ciclo en la pintura de la pintura en México, Cuadernos americanos, Núm. 4, julio-agosto, 1948, p. 252.

[3] Ana Torres, Rufino Tamayo: un pintor de ruptura, Decires. Revista del Centro de Enseñanza para extranjeros, Nueva Época, Vol. 8, Núm. 8, primer semestre de 2006, pp.9-21.

[4] Raquel Tibol (Comp.), Textos de Rufino Tamayo, Coordinación de Difusión Cultural & Dirección de Literatura de la UNAM, México, 1987, pp. 125.

[5] Op. cit. p. 135.